Queríamos

El auge y caída del partido político Podemos se han visto marcados por varios sucesos en la historia reciente de España, convirtiéndose en el meteoro por excelencia del medio político. Su emergencia con el 15-M, el callejeo y la gravitación hacia la intensidad juvenil fueron el germen para las utopías y el tumulto de buena intención y poco porvenir. El orden llegó, como siempre ocurre cuando no hay fundación o estructuración de objetivos pero sí mucha metodología, al erigirse un líder. Alguien, en este caso, con el carisma, el arribismo, las dotes de liderazgo y el descaro que tuviera Felipe González. Un Isidoro en potencia; con todo lo que eso podía conllevar.
La caída ha sido el relevo, por flojera de ideas y atención -pero, sobre todo, falta de ejemplaridad-, hacia el lado más opuesto. Absurdo en un principio, pero cuenta con la lógica del ideario español de a pie de calle — es decir, ninguna o el sol que más caliente.

Los que se arrimaron a Podemos han acabado por saltar de barco hasta Vox porque cuando se pretenden consignas en lugar de ideologías resulta dar igual un calcetín que otro — la clave es cubrir el pellejo y sentirse parte gregaria. Porque Ciudadanos resultó ser demasiado Popular -ya sea por acre o por insípido- para suponer una alternativa a ese desencanto ante la falta de paso y aspecto uniforme. La patada en la retaguardia que colmó la guinda fue el abandono del escaño del Congreso de Diputados por parte de Íñigo Errejón. Como el coche desvencijado que pinta Peridis, más que Pudimos ha sido Queríamos.

Pero Errejón es una segunda hornada. Es un remix. Es ambicioso y pedante; obcecado y descuidado; interpretativo e impulsivo. Es alguien que ha sabido huir hacia la luz de Manuela Carmena quien, irregular entre su regularidad y competente de sobra, le va a propinar el impulso y encanto social que necesita para que su monserga sobre la unidad quede atornillada entre las ideologías más familiares.
Tarde o pronto acabará por ampliar sus círculos sociales -ya sea por la impulsividad juvenil demostrada o los habituales principios maleables de la clase política- y es posible que este segundón en la penumbra sea el próximo Michael Corleone que sorprenda por su mano izquierda y pulso disciplinado.
Pero no sin antes madurar su compostura a otra menos entregada, capaz de seducir a los buscadores de flautistas que acaban de saltar por la borda.

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